martes, 7 de septiembre de 2010

El Champagne y la Trompeta

   Es noche de actuación y ojalá que sea tan buena como la anterior. Buscando por los rincones de mi camerino, encuentro mi traje diminuto de lentejuelas y un hermoso abrigo burdeo traído de Paris, ¡SI!, de la mismísima Francia. ¿Qué se creen ustedes que yo soy de la malas?... Soy la más distinguida de este burdel. No sólo satisfago a mis clientes, también bailo y canto. La Maripepa me dicen pero no por mi rostro, el mío es más hermoso, sino por mis largas piernas, la envidia de todas éstas colegas de acá.
   Ayer conseguí un inglés, lindos labios aunque desabrido el resto. De torpes manos, hablaba muy poco español y de vez en cuando se le escuchaba un “Oooo, mai god”. Obvio, si yo también le pego al inglés y como soy la más bella, todos los gringos se fijan en mí.

   Hoy no cantaré. El Lucho, quien es el que nos cuida, invitó a un amigo que dice que toca la trompeta. Mientras toque jazz yo no tengo ningún problema, me sale sexy.
   Ya es hora. Estoy tras la cortina del escenario, algo tétrico para mi gusto, pero nadie se percata de ello cuando estoy arriba. Se abre el telón y qué me iba a imaginar que estaría el Carlos ¡Y con Trompeta! Él había sido mi pololo de chica. Cuando me arrancaba del internado con mis amigas nos juntábamos con los del politécnico, pero un día no lo vi más, y ahora está ahí, solito la preciosura. Se ve tan rico como antes, claro que más hombre, con su traje oscuro y humita, está para comérselo y qué sorpresa cuando comienza a tocar jazz. ¡Estoy en la mía! Empiezo a bailar en el fierro principal y para luego pasearme provocativamente entre las mesas. No me reconoce. Se ve que le va muy bien en la vida. Decido que él será mi pesca de la noche.
   Cada vez que le doy mi espalda, me quedo observándolo por sobre mi hombro, cubriendo la mitad de mi rostro con el pelo y me acerco para provocarlo con mis pechos.
   Al término del show, durante los aplausos me invita un trago. Sólo me reconoce al decirle quién era. En cierto momento me pregunta si me había gustado su trompeta, le digo que sí y arremeto con que si es lo único duro que tenía, él me dice dónde, le digo en mi casa o en la suya y me contesta que conoce un lugar por aquí cerca. Y nos vamos a un motel por allí y se nota que lo conocen ya que en la entrada dice “la de siempre”, y con un leve gesto el viejo de la puerta me saluda. De pasadita, el viejo me mira entera pero no lo increpo, soy irresistible. En la pieza, una botella de champagne en un balde con hielo y dos hermosas copas adornan la solitaria mesa.
   De pie en la cama me pide que baile mientras una suave y hermosa melodía sale de su trompeta. Da órdenes simples: que me saque el abrigo, luego mis diminutas prendas, que suelte mi cabello, me tome los pechos con ambas manos y que lo bese ahí y allá y cada vez más y más cosas. Delicada y firmemente me deposita en la cama. Cubre de besos mi cuello a medida que se saca su camisa. Yo no sé muy bien cuánto cobrarle, es amigo de la infancia y por lo menos tengo que hacerle una atención, pero ni tanto tampoco.
   Mientras besa la parte interna de mis muslos, va acercándose despacio a la entrepierna. Le digo: “¡Son cincuenta mil!”. Instantáneamente, se asoman en el horizonte de mi vientre sus hermosos ojos negros y sonriendo enigmáticamente me dice: “Entonces me debes solamente treinta mil, porque yo también cobro por la Champagne y la Trompeta”.

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