miércoles, 18 de agosto de 2010

El Viaje

   Nuestros cuerpos estaban muy cerca, su aliento me sedujo, susurró algo en mi oído y la suave brisa impregnada me hizo sentir un increíble escalofrío que recorrió desde la punta de mis pies hasta mi cabeza.
   Éramos dos cuerpos unidos por el fervor de las almas. Fue así como aquella mujer tomó la iniciativa, llevando su mano a mi brazo, el cual recorrió lentamente, centímetro a centímetro, hasta llegar al hombro.
   En un momento, su mano voló hacia mi cuello, aprisionándolo fuerte y al unísono su boca se fundió con la mía. Nuestras piernas se entrelazaron, con un brazo rodeé su cintura y mi otra mano fue a llegar hasta su pecho, cuando… ¡PAF!... Súbitamente recibí una inmensa cachetada que me lanzó hasta mi asiento pero aún con mi mano aferrada al sostén. El viaje en bus había sido un poco extenso y a la anciana sentada al lado no le pareció muy agradable mi sueño.

sábado, 7 de agosto de 2010

Entre Rejas

   Aquí permanezco, lejos de mi familia. Estar entre rejas es angustiante, más aún cuando el espacio que tengo es reducido y con dificultad logro avanzar en círculos. De impotencia me he automutilado y cuando la exasperación domina, comienzo a golpear y morder los metales cilíndricos, esperando que en algún momento cedan su infranqueable solidez.
   El agua es reducida pero suficiente, y debo extraerla de un insólito tubo dispuesto en uno de los costados. Cuando siento frío me arrincono, respirando lo menos posible para conservar el calor, y si deseo dormir, froto las heridas de mi pálido cuerpo hasta que mis ojos encarnados se cierran.
   A corta distancia, gracias a una luz tenue, logro ver unos tipos vestidos de blanco, con sus rostros cubiertos. Cada cierto tiempo me fuerzan a tragar un líquido asqueroso. Me invade la debilidad y las nauseas y pierdo la conciencia desagradable y lentamente.
   Sin embargo, debo reconocer que son mi único y esporádico contacto amable, en el momento que uno de ellos grita: “¡Es hora de alimentar al conejo!”.