sábado, 7 de agosto de 2010

Entre Rejas

   Aquí permanezco, lejos de mi familia. Estar entre rejas es angustiante, más aún cuando el espacio que tengo es reducido y con dificultad logro avanzar en círculos. De impotencia me he automutilado y cuando la exasperación domina, comienzo a golpear y morder los metales cilíndricos, esperando que en algún momento cedan su infranqueable solidez.
   El agua es reducida pero suficiente, y debo extraerla de un insólito tubo dispuesto en uno de los costados. Cuando siento frío me arrincono, respirando lo menos posible para conservar el calor, y si deseo dormir, froto las heridas de mi pálido cuerpo hasta que mis ojos encarnados se cierran.
   A corta distancia, gracias a una luz tenue, logro ver unos tipos vestidos de blanco, con sus rostros cubiertos. Cada cierto tiempo me fuerzan a tragar un líquido asqueroso. Me invade la debilidad y las nauseas y pierdo la conciencia desagradable y lentamente.
   Sin embargo, debo reconocer que son mi único y esporádico contacto amable, en el momento que uno de ellos grita: “¡Es hora de alimentar al conejo!”.

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