domingo, 25 de julio de 2010

Beso Vinotinto

Cómo no voy a recordarte amiga Renée, me regalaste tus sabios y precisos consejos, y en aquella ocasión fue muy importante y especial el decirme que no me preocupara, que todo iba a salir bien, que iba a encontrar a otro que realmente merecía, que me amara por lo que soy y que el matrimonio era una ceremonia única y muy especial.
   Estaba hecha pedazos cuando Roberto terminó conmigo. Llevábamos siete años juntos y casi dos preparando la gran fiesta, eligiendo la iglesia, buscando lugares para la cena y baile, haciendo la lista de invitados y todas esas cosas. Pero él, un día, me llamó por teléfono para que nos juntáramos porque necesitaba conversar conmigo. Fui, pero con un mal presentimiento, ya que su voz era distinta, estaba como distante. Al llegar, mi primera confirmación de que algo andaba mal fue el beso que recibí en la mejilla, me puse muy nerviosa y cuando me ofreció algo yo sólo pude pedir un agua mineral. Comenzó a hablar cosas que no entendía muy bien, se daba vueltas como en lo mismo, quise tomarle la mano pero se echó hacia atrás cuando me dice que no podía casarse conmigo, que estaba confundido, que no era yo la culpable, que era él, y termina con una frase ratificando que me amaba y que por eso tenía que terminar. Me deshice en llantos, no entendía, intentó calmarme. Le pregunté si necesitaba tiempo, pero la respuesta fue que no, me eché la culpa no sé cuantas veces, pero con dulces palabras intentaba alejarme de dicha responsabilidad. No pude seguir ahí por más tiempo, tomé mis cosas y me levanté rápidamente para escapar de aquella espantosa situación.

   En el camino te llamé varias veces, desesperada, hasta que me contestaste y te pedí que nos juntáramos en el departamento. Cuando nos reunimos, después de contarte todo lo que me había pasado, entre sollozos y un tremendo cansancio, me abrazaste y dijiste aquellos hermosos consejos que aún recuerdo. Siempre había valorado tu amistad y desde ese momento ratificaste ser la hermana que siempre quise. Para pasar mi pena, nos llamábamos todos los días y salimos juntas a todas partes, a vitrinear, de compras, al cine, a pubs, fiestas de conocidos. Insistías en presentarme a todo tipo de amigos, pero sentía que era demasiado pronto para relacionarme con alguno.
   El tiempo me ayudó a entender aquella desilusión, pero no a sanarla del todo, ya que habían sido muchos años de convivencia y sueños. Después de unas semanas de aquel “evento”, nuestra amistad comenzó a distanciarse sin motivo aparente. En algunos momentos lo atribuí a nuestros trabajos, pero ni nuestros encuentros nocturnos en el café ni salidas los fines de semana se pudieron llevar a cabo. Muchas veces quise contactarte pero ya ni siquiera me devolvías los llamados.
   Había pasado poco tiempo para mi gusto, cuando recibo una desagradable invitación donde Renée Del Campo Oyarce y Roberto Echeverría Muñoz me invitaban a su matrimonio. Casi me muero, te odié a muerte, no tenía ni la menor idea, y nunca había sentido una deslealtad tan grande. Pude haberte llamado pero no quise, hasta lo conversé con mi madre, y de cierta manera terminé imaginando que me invitabas en honor a nuestra amistad de años. Después de mucho meditarlo, decidí ir.
   En la iglesia me senté muy atrás, para evitar que me reconocieran, pero tu sorpresa fue mayúscula cuando me viste en la fiesta. Primero, fui con un hermoso vestido blanco y me veía más hermosa que tú y eso, te indignó. No me dijiste nada cuando me saludaste, pero tus ojos te delataron. Lo segundo, y no lo culpo, fue que Roberto no me dejaba de mirar y en el baile no se resistió para invitarme. Yo acepté y tu cara se desfiguró automáticamente. Que pena por ti cuando veías que éramos los reyes de la noche y la gente nos miraba sorprendidos y de seguro que hablaban. Él no se aguantó, y comenzó a decirme sobre lo hermosa que estaba y lo estúpido que había sido al haberme perdido. Yo hacía como que le prestaba toda la atención del mundo, fijando mi mirada con la suya por mucho rato, cuando entre las vueltas que realizábamos, tomé su cabeza y le di un tremendo beso que hizo que hasta la orquesta dejara de tocar. El silencio fue de tal magnitud que inclusive se sentían los ruidos de asombro. Las caras de mis ex – suegros y el resto de los invitados estaban alargadas, reprochando mi actitud. Tú te abalanzaste sobre nosotros, y entre lágrimas y rostro desfigurado, nos decías todo tipo de insultos, mientras él te contenía con el fin de que no me golpearas. En ese instante, aprovechándome de un mozo que venía con una bandeja con copas, lo empujé y todo tu vestido se manchó de un hermoso vinotinto. Después de ello, un beso al aire y la puerta de salida me llamaba.
   Con el tiempo, querida, y revisando nuestra larga amistad, me di cuenta que tus consejos siempre fueron para mí exactos, hoy encontré a un hombre que realmente me ama y concuerdo plenamente contigo en que el matrimonio es una fiesta hermosa, única y muy especial.

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