Cómo no voy a recordarte amiga Renée, me regalaste tus sabios y precisos consejos, y en aquella ocasión fue muy importante y especial el decirme que no me preocupara, que todo iba a salir bien, que iba a encontrar a otro que realmente merecía, que me amara por lo que soy y que el matrimonio era una ceremonia única y muy especial.
Estaba hecha pedazos cuando Roberto terminó conmigo. Llevábamos siete años juntos y casi dos preparando la gran fiesta, eligiendo la iglesia, buscando lugares para la cena y baile, haciendo la lista de invitados y todas esas cosas. Pero él, un día, me llamó por teléfono para que nos juntáramos porque necesitaba conversar conmigo. Fui, pero con un mal presentimiento, ya que su voz era distinta, estaba como distante. Al llegar, mi primera confirmación de que algo andaba mal fue el beso que recibí en la mejilla, me puse muy nerviosa y cuando me ofreció algo yo sólo pude pedir un agua mineral. Comenzó a hablar cosas que no entendía muy bien, se daba vueltas como en lo mismo, quise tomarle la mano pero se echó hacia atrás cuando me dice que no podía casarse conmigo, que estaba confundido, que no era yo la culpable, que era él, y termina con una frase ratificando que me amaba y que por eso tenía que terminar. Me deshice en llantos, no entendía, intentó calmarme. Le pregunté si necesitaba tiempo, pero la respuesta fue que no, me eché la culpa no sé cuantas veces, pero con dulces palabras intentaba alejarme de dicha responsabilidad. No pude seguir ahí por más tiempo, tomé mis cosas y me levanté rápidamente para escapar de aquella espantosa situación.