sábado, 15 de mayo de 2010

Primera Partida

Por Rodolfo B.

El escenario con iluminación perfecta. El tablero con sus 32 piezas distribuidas para el comienzo de la primera partida del desafío mundial. Por un lado, Karpov, con exceso de confianza propia de su vasta experiencia en estas instancias y una increíble racha de victorias en este año. Por otro, Kasparov, errante en sus últimos encuentros pero el único capaz de poder frenar a tan temido maestro.
Ambos puntuales. Se saludan y chequean sus asientos. Kasparov comanda las blancas. Sutilmente sus peones avanzan, distribuyéndose en cortas diagonales y así dificultar el paso del ejército negro. Al frente, los caballos azabaches tantean el terreno para quebrantar la fuerte muralla blanca que se estaba construyendo...

Los reyes nerviosos. Es muy difícil controlar la situación a tanta distancia del campo de batalla. Sin embargo, ambos ejércitos se las arreglan para cumplir las instrucciones que vociferan los monarcas, y que, supuestamente, los llevarían a la victoria. Los negros, reconociendo que el avance de los blancos era ordenado y sólido, decidieron, en una reunión – nunca vista en estas condiciones- enrocar, con el fin de proteger la vulnerabilidad de su imperio y realizar el ataque ante el primer error que presente el ejército albo.
La reina blanca, con extraña curiosidad por poder ver al líder adversario, toma uno de sus caballos para acercarse hacia la zona enrocada del enemigo, no obstante, las clavadas amenazantes de los alfiles que lo protegen bloquean el camino. Se sube a una de sus torres para poder ver con mayor claridad y conectar la mirada del rey negro, sin lograrlo. Se desplaza sigilosamente hasta el otro costado para hacer uso de la mejor posición que tiene la otra torre, y desde allí, casi por arte de magia, su mirada topa con la del rey adversario. Se siente avergonzada, pero un especial hormigueo avanza lentamente desde sus pies hasta depositarse en su vientre. Se quedaron observando por largos minutos, transformando el temido campo de batalla en un romántico escenario.
De pronto aquella exposición de miradas se ve atormentada por un avance de las negras, quienes, comandadas con bastante arrogancia por alfiles y un grupo de peones, se abalanzan sobre el monarca blanco en el primer espacio que encontraron. Pero, las posiciones adquiridas de las blancas, desde una poderosa columna celada por peones y la fuerza de una de las torres, hace que el ataque sorpresivo fuese anulado. Las negras no aflojan, e intentan arremeter por el otro costado aprovechando el descuido de la reina blanca, pero otra vez, con complicidad del corcel albo, se ve neutralizado el ataque.
Una lucha sin tregua en donde no hay cabida para decisiones débiles. Pero la hermosa soberana blanca seguía impávida ante la imagen del soberano adversario, y no haciendo caso a las instrucciones del contra-ataque albo, seduce al corcel negro para que le ayude a hacerse camino y cruzar hasta el otro lado. La belleza de esta mujer es irresistible para cualquiera y ni siquiera este animal pudo hacerle frente. Y así, sigilosamente avanza, evadiendo peones doblados y más de alguna actitud amenazante de su enemigo, como la de los alfiles o de la mismísima reina negra, quien veía este avance como el fin de su largo reinado. Hasta que estuvieron frente a frente. El gran monarca negro, con su mirada clavada en los hermosos ojos de la reina blanca. El silencio los invadió. Ni siquiera se oye decir un “jaque”. El mismo hormigueo ya es parte de los dos. Sus manos se tocan. La mujer deja su capa en su casilla y se acerca. El hombre la recibe, mientras que con el brazo le rodea la cintura. Sus ojos delatan felicidad y el olvido de aquella pugna es inevitable.

Leyenda: "En la primera partida del campeonato mundial en Nueva York, los rusos se ofrecieron tablas, y ni siquiera la reina alba ni su amante azabache sospecharon que las siguientes 23 partidas seran las últimas en que puedan rozar sus manos o mirarse a la distancia como enamorados adolescentes."

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